martes, 30 de agosto de 2011

Primer amor

Tan solo rozaba los dulces, inocentes y angelicales 15 años cuando mi opinión acerca de los dentistas cambió rotundamente en manos de un joven cordobés con aires de galán, Aníbal Mario su gracia. Parece ser que no le dio el fisic du rol para el canibalismo, y tuvo que conformarse con la odontología.
En cuanto lo vi, ese glorioso día en el consultorio, le recé a San Expedito, La virgen Desatanudos y el Gauchito Gil para que Él, Él con mayúscula, sea el encargado de una renovada amistad entre mi dentadura y mi sonrisa. Tanto tanto tanto lo había deseado durante esos 15 minutos, entre que lo vislumbré y se acercó a mi sillón odontológico, que el milagro finalmente ocurrió y aquel día empecé a creer en el amor omnipresente y todopoderoso. Él me conquistó con su sus manos, su tonada, su ambo, su torno, sus pinzas... ayyy, la fuerza de sus pinzas, prueba irrefutable de un amor in crescendo. No se sabe a ciencia cierta si lo que lo encandiló de mi persona fueron las amalgamas, los caninos en etapa de crecimiento, las paletas torcidas, la aspiradora de saliva colgando del labio o mi sensual forma de dialogar con sus manos en mi boca. Sea lo que fuere, la nube en la que salía flotando cada vez que abandonaba el consultorio crecía y crecía. En cuanto se cerraba la puerta del ascensor, inmediatamente empezaba la cuenta regresiva de los días que faltaban para volver.. nunca antes visto que una persona pensada pensante pensara impaciente en el próximo turno con este perverso profesional. Como un preso me pasaba tachando los días de mi condena. Castigo divino, el día que osara no hacerse presente sin siquiera dejarme en sobre aviso, o, peor aún, que deliberadamente me fuera infiel  y sin reparar en mi presencia pusiera sus manos sobre otra dentadura rebelde, qué irresponsabilidad, sabe Dios las locuras capaz de cometer una quinceañera enamorada.
Nunca creí en el horóscopo pero qué ansiedad me generaba leer cosas como: “pronto recibirás una sorpresa inesperada” (claramente era él que venía a Buenos Aires) o “su vida estará por dar un vuelco determinante para su futuro” (venía a Buenos Aires y además me proponía casamiento!) Él aseguraba que había que enamorarse de los escorpianos, yo ante la duda hacía caso ciegamente, no fuera cosa que Plutón se pusiera en mi contra y boicoteara nuestro amor. Por supuesto, nadie osaría afirmar que hacer uso de los signos del zodíaco fueran meros artilugios sutilmente utilizados para que esta inocente adolescente afirmara su creciente afecto por el pretendiente.
Los meses fueron pasando entre brackets, alambres y luz halógena, hasta que mi mayor anhelo se cumplió y mi Dios hecho persona me invitó a salir. Flotando, llegué al misterioso punto de encuentro secreto, en el café más concurrido de todo Recoleta a dos cuadras del consultorio. Ahí sí que estaríamos a salvo.
Lo que nadie me advirtió fue sobre la capacidad de una simple lágrima con azúcar de convertirse, en cuestión de días, en cientos de lágrimas saladas. Haber sabido tomaba whisky para la interrupción prematura del desarrollo de las penas ¿o eso sería considerado aborto inducido? Lo que no tenía del todo claro era si lloraba de pena o de dolor por el reajuste de la ortodoncia. Pero así seguimos, entre lágrimas y lágrimas, cuentas regresivas, llamados por unidad, emails gastados de tanto releer y suspirar... nuestra relación duró 2 años, 3 meses, 12 días y entre 3 y 4 horas, no podría asegurarlo a ciencia cierta. Bueno, a decir verdad él nunca estuvo enterado de esto... pero con la cantidad de noches en vela que me pasé imaginando nuestro futuro en la casita del pueblo cordobés con 5 hijos, 3 varones y 2 mujeres, los perros, las vacaciones en la playa, las visitas de los matrimonios amigos en el campo, la ampliación de la casa, el asado del domingo, la excepcional relación que tendría con su madre, la educación de los retoños, el primer día del padre, los regalos de aniversario... con tanta historia vivida ¿quién se atrevería a negar lo nuestro?
A decir verdad las citas fuera del ámbito médico fueron contadas con las manos, pero la promesa inquebrantable de un nuevo encuentro el primer viernes de cada mes a las 15:00 horas fue chispa suficiente para encender la llama de mi amor.
Con el paso del tiempo y ya con los incisivos, caninos, molares y premolares en su lugar, la relación (de la que el no estaba al tanto) se desgastó. Sin los brackets, kryptonita capaz de debilitar a Super (Anibal) Mario, ya no tenía armas para retenerlo junto a mi.
Lo nuestro no pudo ser, en realidad, nunca me habían gustado los dentistas.

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